Amor me enjuicia

Amor me enjuicia


Amor, ¿dices que escaso yo te canto?,
espera que una arenga me construya;
juez busquemos, que pronto bien concluya
el misterio que yace tras tu manto.

Amor ¿tú por juez?, ¡ay cinismo tanto...!
¡mezclarte ya no puedes en la bulla!,
¿de Laura la guirnalda será tuya...?
¡aplaca ya los dardos de tu encanto!

¿O buscas que en su ardor a los amantes
el bello escalofrío les imprima:
si acaso es que se encuentran muy distantes,
al punto poco a poco los arrimas?

Ay dardos, que disipan toda sombra,
¡al más feroz Aquiles enternecen!:
si al padre el viejo Príamo se lo nombra,
¿no ves que el gran rencor le desvanecen?

Tus dardos ennoblecen con esmero,
¿por qué es que me conviertes en león?
Si en paz hasta parezco ser cordero,
mas guerra me enardece en tu legión

¿O buscas desde el cielo dar presente
en bello resplandor sin condición,
que a tierna o cruel criatura la alimente
y olvide ser selecto con su acción...?

Tus dardos me sugieren que en el mundo,
tendida está la mano de lo eterno;
por mucho es un misterio ¡tan profundo!,
que mata cual antídoto al veneno...

Amor,  verbo sólo muestra finitud;
empapado en mi espíritu se escapa...
¡es tu trampa inexpresable infinitud!:
la vida se me esfuma tras tu capa...

Reconozco, has ganado, ¡oh Amor,
eminente juez supremo vencedor!















Comentario

He aquí la reducción al absurdo, tan ampliamente aplicada en las disertaciones filosóficas; pues cuando el poeta añade: el misterio que yace tras tu manto, no se percata que está revistiendo a la contradicción, dado que, al considerar el misterio, necesariamente se quedará mudo, y en consecuencia se concluye que «Amor» dice la verdad.

Desde luego tal conclusión se sigue siempre que hayamos consensuado que el canto dejará de ser escaso cuando sea capaz de atrapar por entero a «Amor»: tal es el argumento de este poema.

En efecto, el poeta cuando dice: ¿O buscas que en su ardor a los amantes..., irónicamente, da comienzo con el canto que pretende encadenar a «Amor» entre los eslabones de sus versos; pero, ¿realmente lo lográ atrapar? Pues  desde el momento en que el poeta empieza diciendo: Amor: dices que escaso yo te canto, ciertamente ya debe tener algo del conocimiento de Amor y, como conocer es ser, algo del ser de «Amor» debe de estar asimilado por el poeta; es decir, valga la expresión: parcialmente Amor ha sido arrestado con anterioridad por el cantor...

Así, consciente de que el arresto no ha sido exhaustivo,  poco a poco el poeta extiende su canto tratando de agotar por entero las posibilidades: comienza con el amor de la pareja, después el de la familia, luego el amor por la comunidad  y, llegando a este punto, busca a su alrededor algo más digno de representar a Amor, y es en este momento cuando contempla la creación... mas no encuentra cosa distinta. Entonces levanta la mirada al cielo, e identifica al sol como el que mejor ha de representar al Amor.

Pero en su afán por conseguir un canto digno, trata de ir más allá, y es entonces cuando sumido en la «abstracción» comienza a cantar: Tus dardos me sugieren que en el mundo... Es aquí donde, al contemplar lo que está mas allá del sol, se hace una idea de lo eterno, de aquello que evita toda muerte: Que mata cual antídoto al veneno.

Sin embargo sigue sin sentirse satisfecho, pues si bien es cierto que por sus frutos los reconocerás, él intuye que con los frutos no se alcanza la esencia de las cosas (dice que son como argumentos evidencialistas), y piensa que una vez alcanzada tal esencia, habrá logrado un canto que elimine toda posibilidad de ser calificado como escaso. Es entonces cuando las palabras se le escapan: empapado con mi espíritu se escapa.. pues siempre resultan insuficientes para describir la esencia de «Amor»; al darse cuenta de ello logra ver la sangre que brota por la herida provocada por los dardos, y siente esfumarse junto con las palabras..., tas la capa que desde el principio advirtiera cuando dijo: el misterio que yace tras tu manto.

Así pues, el poeta termina por concluir que, estando asimilado en el misterio, ya no hay palabra que valga pues ni siquiera son necesarias (he ahí las lecciones del silencio); por tanto no se puede hablar con propiedad de canto. Por otro lado, estando fuera del misterio, las palabras le son insuficientes, es decir: todo canto para «Amor» resulta escaso. Y es así que el poeta termina diciendo:

Reconozco has ganado, ¡oh «Amor»: 
eminente juez supremo vencedor!


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